Revista Digital Rubalcaba,si - Almería 4ª Edición

4/8/09

5 DE AGOSTO "70 ANIVERSARIO DEL FUSILAMIENTO DE LAS 13 ROSAS"


Fue uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este. Su historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.

“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa. Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.

En el ambiente de ese verano de posguerra –tristísimo para unos y glorioso para otros–, se mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo, abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres. “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino…”, voceaban las radios de Madrid. “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”, advertía Franco en sus discursos.

Sería aquélla la última carta de Julia Conesa. Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las Salesas. “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”, dice la sentencia. A Julia la acusaban hasta de haber sido “cobradora de tranvías durante la dominación marxista”.

Y apenas 24 horas más tarde, 13 de aquellas mujeres y 43 hombres fueron ejecutados ante las tapias del cementerio del Este. El momento lo recuerdan así algunas compañeras de presidio: “Yo estaba asomada a la ventana de la celda y las vi salir. Pasaban repartidores de leche con sus carros y la Guardía Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos y tres guardias escoltaban a cada pareja, parecían tranquilas” (María del Pilar Parra). “Algunas permanecimos arrodilladas desde que se las llevaron, durante un tiempo que me parecieron horas, sin que nadie dijera nada. Hasta que María Teresa Igual, la funcionaria que las acompañó, se presentó para decirnos que habían muerto muy serenas y que una de ellas, Anita, no había fallecido con la primera descarga y gritó a sus verdugos: ‘¿es que a mí no me matan?” (Mari Carmen Cuesta). “Si fue terrible perderlas, verlas salir, tener que soportarlo con aquella impotencia, más lo fue ver la sangre fría de Teresa Igual relatando cómo habían caído. Entre las cosas que nos dijo, fue que las chicas iban muy ilusionadas porque pensaban que iban a verse con los hombres [con sus novios y maridos, también condenados] antes de ser ejecutadas, pero se encontraron que ya habían sido fusilados” (Carmen Machado).

Quince de los ajusticiados ese 5 de agosto de 1939 eran menores de edad, entonces establecida en los 21 años. Por su juventud, a estas mujeres se las comenzó a llamar “las trece rosas”, y su historia se convirtió pronto en una de las más conmovedoras de aquel tiempo de odio fratricida y fascismo.